Últimamente, todo el mundo está a
vueltas con los verdejos y eso es un signo de buena salud.
Si bien esta uva tradicionalmente
acostumbraba a exponer sabores herbáceos, es cierto que la adición de un
porcentaje de sauvignon blanc o de determinadas levaduras para ayudar a
la fermentación, hizo que esos aromas a hinojo y a hierba se vieran eclipsados
por una tropicalidad que antes no se asociaba a estos vinos.
Esa evidencia aromática ha sido
la que ha atraído al gran público, que ha pasado de desconocer las
denominacines de origen más importantes a solicitar un vino por el tipo de uva
con el que se ha elaborado. Es un salto cualitativo importante.
Los excesos tropicales de estos verdejos son tan evidentes que cuando se
sirven en la copa, rápidamente se extienden por el campo olfativo de todos los
que se encuentran en las inmediaciones.
Las personas que quieren aprender
sobre el vino empiezan así: con evidencias. Y eso está bien.
La aproximación al
gusto y al olfato con los vinos es la misma que experimentamos cuando somos
niños con la comida; sólo nos interesan las cosas ricas, sabrosas, dulces,
golosas... y hasta que no vamos madurando en nuestro criterio, no apreciamos
las sutilezas de sabores más ácidos, complejos, amargos y elaborados. Todo es
cuestión de aprendizaje, y esto se traduce en una evolución en el criterio.
El verdejo casi muere de éxito. Hasta tal punto que se ha hecho
infrecuente encontrar un verdejo “de los de antes”. Infrecuente pero no
imposible, así que cuando una de esas personas que llevan algunos años
insistiendo en ese exceso aromático prueba un día, por casualidad, un verdejo herbáceo, algo sucede: un
descubrimiento, una epifanía, un deslizamiento hacia lo sutil que va en dos
direcciones: por un lado, ser capaz de percibir una diferencia aromática en un tipo
de uva que creía conocer bien y por otro, reconocer que el hecho de detenerse
en minúsculos acontecimientos de esa índole le convierten en un aficionado al
vino.
Descubrir los matices y encontrar
placer en detenerse en ellos se vuelve una manera de mirar, no sólo con los
ojos, también con el olfato y con el gusto. A partir de ese momento,ese
aficionado al vino buscará repetir esa sensación herbácea y la tropical quedará
atrás como el inicio de un camino.
Entonces llega un tercer estadio
en la cata de los verdejos sin
guarda: la primera vez que se cata uno en el que el mosto ha estado en contacto
con los hollejos durante la fermentación alcohólica y, además, se le ha
aplicado batonage.
Esta es la clave del Antonio Sanz Verdejo 2012. Tiene una
nariz que nos descubre veladamente la pera, la hierba, el melocotón y los
cítricos, pero no disonantes y evidentes, sino como un único aroma complejo en
el que hay que detenerse porque dota de profundidad y misterio esa fase de la
cata. En la boca, no nos permite hacer un recorrido rápido, como suele ser el de
los blancos sencillos, en los que generalmente buscamos buena acidez, falta de
amargor y un posgusto alargado. Este blanco se comporta más como un tinto: nos
hace salivar en la entrada más que en los laterales. Llena la boca demorándose
en su recorrido sin que por eso le cree un problema a la acidez. Hace que
pongamos atención en el centro de la lengua, un área de cata que en este país
está reservada a los tintos,y que, sin embargo, es donde este blanco demuestra
con acierto la maceración de los hollejos y la untuosidad propia del batonage. Aquí nos proporciona una
sensación gustativa que lo distingue de los blancos sin extracción y que
encontramos en los riesling de cierta
edad, en blancos con barrica o en los blancos de otros países con elaboraciones
que aquí no se practican.Termina con un final cítrico en el velo del paladar
que suele estar presente en otros vinos de Antonio Sanz.
No son muchos los vinos blancos
españoles que se elaboran mediante la fermentación del mosto con los hollejos,
por eso es gratificante ver el resultado que se ha conseguido con el Antonio Sanz Verdejo 2012.
Este vino es una vuelta de tuerca
necesaria para que la andadura de los verdejos
continúe por un camino más sofisticado y elegante, con la vista puesta en
un público que, afotunadamente y cada vez más, comienza a tener un criterio más
afinado y exigente. Esto es bueno para todos: para el bodeguero que dará lo
mejor de sí y para el amante del vino que no se verá defraudado.
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